Todo hombre al nacer debe cumplir con su destino, no importa cuán insignificante sea, pues a final de cuentas todos somos iguales a los ojos del creador. Esto también sucede de otra manera, es decir, cada hombre durante el transcurso de su vida debe llenar un tambo de mierda. Hay tambos con la misma capacidad, pero nunca iguales, difieren en radio y en altura, cada tambo distingue a un hombre y a solo uno. A los hombres nacidos muertos les corresponde un tonel de área A y altura cero.
Esta es la historia de un gran hombre, cuyo tambo era de gran capacidad. Cuando se dio cuenta de la existencia de el, fue a conocerlo, y al verlo casi vacío, se puso a comer y a cagar en serio; y como veía que no avanzaba gran cosa en aquello del llenado, se puso a vivir plenamente, y mientras vivió así, cago plenamente y se olvidó del tambo por años y décadas. Fue un hombre de éxito, pero cerca del final de su vida se acordó de su tambo, y pudo comprobar con horror, que ya casi estaba lleno. Sus días estaban contados... le vino un estreñimiento severo.
De ahí para adelante, comenzó a comer cada vez menos, pero el llenado inexorable de aquel tambo inmenso avanzaba. Pensó mil maneras para detener aquella sentencia, y usó todas las artimañas e influencias a su alcance, pero todo fue inútil.
Llego el momento, solo le faltaba un infinitésimo del volumen por llenar, y él, con la barriga repleta de mierda y mordiéndose los labios, se negaba a cumplir con su destino. Empezó a delirar, y en sueños se vio en cuclillas, justo en el borde de su inmenso tambo, cuidando que sus talones no se mancharan, y sin pensarlo empezó a cagar y a cagar y a cagar, no solo lo lleno sino que hasta lo desbordo. Mientras cagaba se sintió poseído de una gran paz espiritual, todo empezó con una pequeña luz blanca, él camino hacia ella, más adelante estaba el gran túnel de luz y al final el gran tambo inconmensurable de mierda.
En vida fue una gran mierda, y como suele suceder, le correspondió un gran funeral.
Leave a comment